Hubo dioses a los que di gratamente la mano; uno se llamaba MÚSICA y el otro CINE, pero ya no los siento como lo solía hacer: LLENÁNDOME POR COMPLETO.
Estos dioses han caído o han sido derribados por la vida, por mi existencia desafortunada, por una dolencia que no termina de sanar por más que pongo de mi parte.
Ya no es importante estar al día de los grupos, las novedades, las historias más premiadas, el análisis de todo ello…
Y no es que mi vida vaya a la deriva (o quizás sí), se trata sencillamente de que he tenido que acostumbrarme por las buenas y por las malas a otra forma de vivir y de estar en el mundo y conmigo misma.
¿ES LA VIDA DESPUÉS DE DIOS TAN MALA?, pregunto agenciándome el título de la novela de Douglas Coupland.
No, es sólo distinta; DISTINTA. Y una vida distinta no tenía por qué ser mala o insoportable tal y como yo estaba convencida.
No hay desesperanza pero tampoco esperanza. Creo que es simplemente NADA; una nada que resulta toda una novedad en mi vida.
A veces me digo –Así que, así es como vive la mayoría de la gente. Así que, así que así es vivir sin neuras, sin exceso de pensamientos, sin darle mil vueltas a las cosas, sin comerse el tarro con complejo de filósofa…- y la verdad es que está bien; hasta creo que bueno estar probando esto, pero si soy sincera no estoy segura de ser capaz de vivir perpetuamente en este limbo. Sé que es temporal y sé que es cuestión de esperar, disfrutando de la Nada, a que algo por dentro tire de mí y se convierta en una especie de “motivo por el que vivir”.